sábado, enero 16, 2010


El silencio guarda un sonido. Un sonido como el que guardan dos lenguas cuando se entrecruzan. La lengua tiene sentido en diferentes ámbitos; uno de ellos es el beso. Y el beso, como todos saben, percute en el silencio de las lenguas. Hubo dos hombres antes de otros hombres que descubrieron ese sonido. Dejaron el fusil. Fue el comienzo de la guerra. Otros dos hombres que los acompañaban cogieron las armas.
Eran hombres que manifestaban una imprecisión excesiva: huyeron hacia el bosque y, además de ir armados, dispararon. ¿Contra qué?. Nadie lo sabe. El hecho es que dispararon y el problema de un disparo es que nunca suena solo. Después de un disparo hay más disparos, hasta que cesan los disparos y no quedan hombres. Si no hay hombres significa que tampoco hay lenguas. El lenguaje no existe.
Del silencio de la lengua nace el saludo de los hombres. Amigo, dijo el primer hombre al segundo que hubo después de esa guerra, conozco bien su carácter y su valentía; sé perfectamente de lo que es capaz un hombre como usted. ¡Cómo deben temerlo sus enemigos! Luego fueron sus lenguas las que se saludaron.
Atentamente,
Ricardo Cólera
Fueron necesarias algunas fotos
y muchos besos
para pasar factura del deicidio.
Aún nos queda Dublín
-decían-
pero sólo encontramos pantalones
raídos por los años como pretexto;
y ahora
que los viejos que estaban
ya se han ido
hace frío en la cama.
Los libros
siguen guardando luto en el estante
y serán otros
los quintos pisos donde enamorarse,
otros los ojos,
otras las manos
y otra la incertidumbre
a cada paso.
Cerrarán los quioscos algún verano
y acabarán ahogados los grajos
urdiendo otro otoño,
silbando una entrepierna de cuando en cuando.
Yo seguiré
-aquí sentado-
mirando tardes que amenazan malo
destruyendo la virginidad de algún cuaderno;
mi autoestima,
no estaba preparada
para tanta belleza.

Ricardo Cólera